martes, 5 de julio de 2016

Soliloquio #4

Descubrí que mi licencia tenía vencida un mes cuando ayer azarosamente decidí contemplarla mientras esperaba a que mis papás prepararan sus cosas para llevarlos al trabajo. Al final no los llevé, no porque el vencimiento de alguna manera me intimidara, sino porque la única razón que tenían para pedirme ese favor era que su carro no circulaba y debido a las lluvias no se aventuraban a irse en moto. Pero gracias al abuelo, siempre pendiente de las noticias, recordamos que el Hoy No Circula versión 2.0 había finalizado, por lo que prescindieron de mis servicios.

Con toda la calma del mundo emprendí una investigación referente al trámite de renovación de mi licencia. Ya lo había hecho antes, sólo una vez en el 2013. En aquella época acudí con mis abuelos al Soriana de Cuitláhuac, cerca de mi humilde barrio. Aquel día tardamos tres horas, las filas eran largas, los humores nauseabundos y la burocracia... mexicana. 

Pero esta vez podía ser diferente, podía levantarme más temprano, tener todos mis documentos listos, sacar un día antes las copias, etc. Así que desde ayer fui a la papelería y saqué tres copias de mi IFE, mi comprobante de domicilio y, por si acaso, de mi licencia vencida.

Googleé los costos, 725 pesos, <<¿Tengo dinero?>> pensé. Por suerte,  contaba con mil pesotes para hacerme de una nueva licencia. Todo listo: documentos, dinero y actitud. 

Me mentalicé para pararme temprano, a las siete, y así poder bañarme con calma y desayunar. Me acosté a las tres de la mañana, cuatro horas para dormir, pero lo lograría. Desperté, sin embargo, a las once. Sí, me había quedado dormida sin poner ninguna alarma. 

-¿Por qué nadie me despertó?- le reclamé a mi abuela. 
-Ay, nosotros qué vamos a saber. Además para qué eres huevona

Me bañé lo más rápido que pude, y seguramente aún así me tardé. Solamente alcancé a preparar una quesadilla y comerla en el camino. Comer mientras manejaba, con una licencia vencida, ¿por qué no? Subí al auto, sólo para darme cuenta de que no  tenía el control de la puerta automática. Bajé corriendo y busqué como loca, en la camioneta de mis papás estaba uno. Al bajar de ella me pegué en la cabeza. ¿Un mal augurio? No, no podía ser. A cuatro cuadras de mi casa me di cuenta de que no llevaba mis documentos. Me regresé en la primera oportunidad, abrí la puerta de la casa con el control y subí corriendo.

-¿Qué se te olvidó?- me preguntó la abuela.
-Los papeles. 

De camino al Soriana pensaba que aunque ya era mucho más tarde de lo planeado, aún podía triunfar en mi misión. Al llegar me dirigí al establecimiento de Tesorería, no había gente, ¿sería posible que saliera de ahí más rápido de lo esperado? Por supuesto que sí, pero por no por lo que yo creía. 

Había una fila como de siete personas, nada grave. Me formé con todo el optimismo del mundo. Pero había algo que me incomodaba, no veía movimiento alguno en los módulos. Todos los godinez ahí presentes tan sólo bostezaban y miraban su monitor sin ningún interés. <<¿Es que hay alguno que de verdad esté trabajando? No parece un trabajo difícil. ¿Cuánto les pagarán? ¿Habrá vacantes?>> De pronto un murmullo alcanzó mi oído:

-Aquí ya no hacen licencias, ¿verdad?- le dijo la señora que estaba detrás de mí a su acompañante. 

<<Pero qué carajos, ¿entonces qué hacen aquí estos oficinistas, cuál es su finalidad?>> Era la siguiente en la fila cuando todo esto se desató, así que aunque aún no acababan de atender al de adelante le pregunté a la señorita si ya no renovaban licencias. Me respondió que no. 

-Entonces, ¿a dónde tengo que ir?- le pregunté. Me dijo que no estuviera chingando que todavía no era mi turno en un momento me atendía.

Para este punto mi expectativa de pasar lo más leve posible mi encuentro con la burocracia se venía abajo lentamente. Estaba en el lugar equivocado, ya eran las doce de la tarde, no había desayunado más que una quesadilla y ni siquiera había bebido líquidos; además, sudaba como cerdo. 

Finalmente la señorita me explicó, luego de perder como tres minutos quitándoles las grapas a unas hojas, que ahí ya no se hacía ningún trámite que la Tesorería se había trasladado y mis opciones más cercanas eran la del Walmart de Plaza Tepeyac o el módulo de la Plaza de las Estrellas. 

Salí de ahí derrotada y lo primero que hice fue marcar a mi casa para avisar que tendría que ir más lejos, que si me tardaba no activaran ninguna alerta Amber, seguiría viva aunque muerta por dentro en alguna fila kilométrica adentro del Walmart de Tepeyac. <<A lo mejor tengo suerte y no hay gente.>> Me metí al coche y busqué cambio para pagar el estacionamiento, estaba preocupada porque no tenía moneditas. Encontré alrededor de ocho pesos en monedas, sería suficiente. Al llegar a la caseta de cobro ya tenía preparado mi cambio cuando de pronto:

-Son quince pesos- dijo la señorita. 
-Pero, no estuve mucho. ¿Por qué tanto?
-No lo sellaste.- dijo mientras señalaba un letrero que especificaba los costos.

Pagué con un billete de veinte, al menos ya tenía más cambio. Busqué la ruta hacía Plaza Tepeyac, bastante fácil todo derecho y una vuelta a la izquierda. 

Me bajé, y caminé por la plaza. Por aquí y por allá, sólo veía un Suburbia y un Sam's. Luego de pasear en el inmenso estacionamiento bajo el rayo de sol, con hambre y sed, decidí preguntarle a un policía. 

-Todo derecho.- me dijo.  

Entré al Walmart y vi la Tesorería, había bastante gente, sabía que no saldría de ahí pronto. Me formé con toda la plebe, aunque éramos bastantes avanzábamos con relativa rapidez. Era las doce treinta de la tarde, not that bad. A mitad de mi recorrido otro murmullo: 

-¿La fila de licencias es otra?- había preguntado una chava al lado de mí. 

<<No, ¿es neta? ¿Otra vez estoy en el lugar equivocado? Seguro no, ni ha de saber ésa... ¿O sí? Hay otra fila allá pero, no creo.>> Finalmente mi inseguridad pudo más que yo y me volteé hacia el primer ser humano que encontré: 

-Disculpe, ¿en esta fila  también es para lo de las licencias?- pregunté. 
-Sí, primero te formas aquí para que te den un formato de pago y luego cuando pagas vuelves, ya te dan un turno. Bueno... eso creo. Al menos así era hace años. Ahora no sé, a lo mejor sí es otra fila para las licencias.
-Ok... Gracias.

Un señor estaba dejando pasar a todos porque había mandado a alguien a pagar por él y estaba esperando, al parecer había impreso el formato de pago en su casa lo cual hacía el proceso mucho más rápido (según él, porque yo nunca lo vi avanzar). Se jactaba de haber sido más inteligente que todos nosotros ahí formados como perros. Llegué al módulo de atención, después de todo sí era la fila, no tuve tan mala suerte. No podía tenerla. Me mandaron a la caja 44 a pagar, la cola era enorme como de sesenta personas. Y avanzaba increíblemente lento. Mis piernas me empezaban a pesar, miré el reloj 12:49.

De pronto una arcada. <<¿Qué es ese olor? Claro es el casco del tipo de adelante. ¡Jesús!, esperen, no es sólo el casco es todo su ser.>> 

Los minutos pasaban, ya había dado la una de la tarde y eso seguía sin moverse. Para evitar el mal olor del de adelante, trataba de dirigir mi cabeza hacia otro lado, hacia la señora de atrás con la que me arrejunté hasta el punto en el que rebotaba en sus aguados brazos cada dos segundos. Ella me miraba con odio, pensaría que soy una impertinente sin ningún sentido del espacio personal. Mientras tanto, el olor ya se había convertido en un sabor amargo en mi garganta.

A la par que intentaba evadir mis náuseas, me dispuse como método de distracción a estudiar la fauna tepeyacsina. Concluí después de algunos minutos que:

a) Los machos del Tepeyac muestran mucho más gusto por el uso de tintes y rayos en el pelo que las hembras.
b) Tal vez lo anterior tenga qué ver con el ritual de apareamiento. Equivalente a la exaltación del plumaje en las aves macho, o los colores vistosos en los insectos. 

No tuve mucho tiempo de profundizar en mis cavilaciones, pues de pronto apareció una hembra de mi grupo de estudio mujer para decirnos que a partir de "x" individuo nos trasladábamos de caja para agilizar el proceso. Nos guió a través de la tienda hasta el departamento de electrónica. Para mi desgracia el lugar en el que ahora nos encontrábamos era mucho más reducido que el vasto espacio de las cajas. Así que estaba más cerca de la pestilencia, sin ningún reparo prácticamente me refugié en la señora de atrás.

Sólo había un cajero quien tenía un peinado puramente emo, salido del mísmisimo 2006. Durante todo el tiempo que estuve formada pude analizarlo, mi nuevo sujeto de estudio. Concluí que: 

a) No era feo. Probablemente con un corte decente podría ser una región 16 de Ashton Kutcher.
b) Él, como todos los machos de la zona, se teñía el pelo con un Negro Azabache cenizo No. 34 de Revlon. 

La fila avanzaba lentamente, pero al fin llegué. Me cobraron y me dieron mi cambio y el comprobante. Corrí al módulo de Tesorería de nuevo, para entregar mis papeles y que me dieran mi turno para la foto y sería todo. Era la una y media. Cuando le entregué mis papeles a la señorita me dijo: 

-¿Y tu ticket?
-No, es que sólo me dieron la hoja del comprobante.
-Necesito el ticket.
-Pero...
-Regrésate a la caja y pídelo.


Volví con Achton Cutcher, quien descubrió entre risitas pendejas que se le había caído el ticket. Me lo dio y volví a correr, como un animal empujé a todos y renuncié a mi naturaleza racional para simplemente agitar frente a la señorita mis documentos y mi comprobante  sin importartme si era o no mi turno. 

Turno T239, miré a la pantalla, iban apenas en el T209; treinta turnos, no podía ser tan malo. Pero no contaba con que había más letras, como en el banco. Así que treinta turnos probablemente se convertirían en noventa. Sólo quedaba esperar, ahí parada, al lado de un señor que se había hecho mi amigo, a quien sólo conocí como T238 y aprecié por su buena higiene y mirada bonachona. 


No sé cuánto tiempo estuve parada ahí, pero las piernas me pesaban demasiado. De pie, frente a la pantalla que anunciaba a los elegidos, perdí la cuenta de veces que tuve que servir de orientadora para todos aquellos que llegaban preguntando qué fila era, dónde se pagaba, dónde agarraban un turno, etc. En algún punto me quedé absorta en mis cavilaciones, permanecer tanto tiempo en las filas de la Tesorería te hace cuestionar tu existencia. 

Es algo como el ejercicio del Hombre Flotante de Avicena. Cuando recuperé la conciencia del exterior me di cuenta que durante todo mi rato filosófico, mi mirada había estado accidentalmente clavada en la entrepierna de un señor. <<Awkward.>> Para cuando fue mi turno de pasar a los módulos, no podía creerlo, tuve que mirar la pantalla dos veces para asegurarme. Sí, era yo, era el número T239. Ya había olvidado mi nombre, a estas alturas sólo me identificaba con esos cuatro caracteres.  

<<T239 Pasar al Módulo: 03>> se leía en la pantalla. Corrí triunfante al módulo que me tocaba. Me recibió un chavo como de 30 y tantos años, que asemejaba a un muñeco de ventrílocuo. Tenía chapitas y todo, sonreía muy fingidamente. 

-¿Yunis Anaya?- me dijo. 
-Eunice. 

Me pidió mis documentos originales, se los mostré. Se quedó mirando el monitor durante cinco minutos sin hacer nada. Varias veces se quedó dormido mientras checaba mi documentación, no le dije nada. Esperaba paciente a que despertara de su letargo. Finalmente después de  corroborar que su somnolencia no había interferido con la correcta captura de mis datos personales, pasé a la salita de adentro de la tesorería. 

Caminé buscando un asiento vacío, sólo había uno al lado de chico apestoso. <<Hell no!>> Afortunadamente al fondo había varios libres. Me senté, y sentí la comodidad de descansar los pies. Miré el reloj y ya eran las tres de la tarde. Recibí una llamada de mi mamá. 

-¿Qué pasó?, tu abuela está preocupada porque no has regresado y saliste desde hace horas.
-Nada, estoy bien.- contesté con la voz robótica, con la voz de alguien que había experimentado la relatividad del tiempo y el espacio en carne propia. 

De nuevo la larga espera para tomar la foto. Tenía la vista fija en la pantalla como antes, esperando ver mi nombre: T239. Ésa era yo. Las horas pasaban y no aparecía, el hombre al lado de mí se había quedado dormido tres veces esperando su turno. Cuando fue momento, lo desperté. La lealtad es importante en este punto. De repente, a lo lejos un llamado familiar: 

-¡Eunice Anaya! 

Dudé, ¿era yo? ¿Era alguien conocido? Sí, así solían llamarme. Me paré y fui hasta el módulo de fotografías. 

-Perdón, es que no me pasaron tu solicitud. No la registraron. Debiste pasar hace mucho.- dijo el hombre.


Me indicaron que debía poner mis huellas digitales en una pantalla, firmar aquí y allá. Luego poner cada dedo índice, en un cojín de tinta verde y estamparlos en unas hojas blancas. Me senté, me hicieron quitarme los lentes. Finalmente tomaron la fotografía. Me mandaron a otra sección a esperar por mi licencia. De pronto entre el cansancio y el tedio vi una cara familiar, era T238 que me sonreía y en sus ojos pude leer un <<Lo logramos, T239.>>

-¡Eunis Anaya!- gritaron. Corrí y me dieron mi licencia. Ahí estaba, el pedazo de plástico por el que había sufrido tanto. En mis manos, finalmente. Miré mi foto y no pude evitar reír. ¿Pude haber salido peor? No. 

Ésta soy yo en mi foto.




Al fin, había terminado todo. Sólo quedaba pagar el estacionamiento y volver a casa. Con los míos. ¿Dónde estaba la tarjeta del estacionamiento? La había dejado en el coche. ¿Dónde estaba el coche? <<Mierda>> ¿Qué me quedaba? Tal vez esperar a que todos se fueran para encontrar mi coche. Recorrí una vez más todo el estacionamiento de la plaza. Sabía que estaba cerca de una de las entradas. Después de diez minutos lo encontré. Saqué la tarjeta del estacionamiento y guardé mis documentos en la cajuela. 

Fui a la máquina para pagar. Inserté la tarjeta: <<Monto a pagar: $25.00>> Bueno, tengo cincuenta pesos. Metí el billete en la ranura, mientras la pantalla ponía <<Espere>>. Lo hice, esperé mi cambio por horas. Nunca me lo dio, escupió la tarjeta. Confundida volví a meter la tarjeta, de nuevo: <<Monto a pagar: $25.00>> 

<<Coño>> Cual gif de John Travolta miré hacia mi alrededor sin saber qué hacer, finalmente un policía me dijo que apretara el botón de asistencia. 

-Entonces, ¿no le cobró ni le dio cambio, ni le regresó su billete?- corroboraba la voz del otro lado de la bocina. 

Diez minutos después una señorita llegó en bicicleta.-Perdón, es que soy nueva y todavía me pierdo en el estacionamiento. Y aparte ando en bici, hay chavos que tienen moto pero pues yo no. Entonces, ¿qué pasó?- me dijo. 

Luego de explicar nuevamente todo y de que abriera la máquina y no encontrara ningún billete atorado, empezaba a preguntarme si no me acusarían de mentir. <<Tal vez no crean que ya pagué y me hagan pagar de nuevo. Me vale madres, me voy a pelear si me la hacen.>> 

-Señorita, voy a tener que hablarle a otro compañero porque yo no tengo la llave para abrir la caja del dinero. No puedo ver si su billete está atorado ni regresárselo.- me dijo. 

Otros cinco minutos de espera, llegó el señor. Tampoco tenía llaves de nada, prácticamente no aportó una mierda. Simplemente me dio mis veinticinco pesos de cambio de su propio bolsillo y le ordenó a la señorita que me diera pase de salida. 

-¿Dónde está su carro, señorita?- me preguntó.
-Allá, creo. 
-Bueno la espero, allá están las dos salidas en cualquiera que guste.

Salí de aquel lugar en donde había dejado parte de mi alma racional. El camino de regreso estaba mucho más cargado que el de ida. Llegué a casa destrozada, comí (mejor dicho aspiré) la sopa y la ensalada de pollo que mi abuela preparó. No hablé, no hice ningún gesto humano. Me dirigí a mi cuarto, en donde puse las piernas en alto porque ya no las sentía. Y me quedé dormida. 

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