lunes, 24 de enero de 2022

Soliloquio #9

 Esta semana vi el documental de Netflix sobre Caitlyn Jenner, antes conocida como William Bruce Jenner. En poco más de una hora se abarca su infancia, adolescencia y carrera como atleta olímpico. Sin embargo, el foco principal del filme es proyectar cómo la disforia de género condicionó la mayor parte de su vida, hasta que hizo pública su transición.

Al igual que la mayoría de personas transgénero, Caitlyn relata haberse percibido diferente a los demás desde una edad temprana. Su infancia estuvo marcada por dos factores: la dislexia, padecimiento que le dificultaba el aprendizaje, y la constante sensación de incomodidad con su cuerpo. Debido a esto, creció con una autoestima profundamente lacerada que no le permitía valorarse intelectual ni físicamente. A mi parecer, la mayor consecuencia de estas inseguridades fue la soledad en la que se vio sumergida tan pronto como comenzó a tomar conciencia de ellas. 

Un año antes del nacimiento de Jenner, en 1948, el endocrinólogo y sexólogo, Harry Benjamin, ya trataba a pacientes con disforia de género en Estados Unidos. En los años 50 abrió la primera clínica clandestina para aquellos que buscaban una reasignación de sexo, pues el procedimiento era ilegal en ese país. Basaba sus estudios sobre la disforia de género en bibliografía alemana que existía desde los años 20 y 30, que a su vez refería a escritos del psiquiatra austriaco, Richard von Krafft-Ebbing; quien en 1877 fue pionero en el estudio del fenómeno transgénero. Y mucho antes que en la comunidad científica, las personas transgénero ya eran reconocidas en Mesopotamia, Indonesia, India y hasta en la cultura zapoteca desde hace cientos de años. 

Sin embargo, dentro del contexto social y la época en la que se crió Jenner, hablar de identidad de género no era lo común que es actualmente; para un niño limitado por su entorno, explicar lo que pasaba en su interior resultaba poco más que imposible. Así, ignorante de lo que sucedía en el mundo, creció con la idea de que su caso era único, que no había más personas como él. Se condenó a vestirse con ropa de mujer solamente a escondidas y a guardar el secreto por alrededor de sesenta años. Seis décadas en las que en silencio se preguntaba si lo que hacía lo convertía en una aberración ante Dios, mortificado por su educación religiosa protestante. 

Durante su adolescencia y primeros años de juventud, descubrió en el deporte a un aliado. No solo le ayudó a tener más confianza, ya que comenzó a mostrar facilidad para las actividades atléticas, sino que también era el puente perfecto para entrar al mundo en el que tanto ansiaba ser aceptado: el de los varones. Interesarse por el deporte afianzaba su virilidad ante los demás, pero sobre todo ante sí mismo; tal vez así eventualmente se volvería un "hombre normal". Su compromiso con el atletismo lo llevó a ser seleccionado para participar en el decatlón de las olimpiadas de 1972 en Munich. Ese año no logró subir al podio, pero atestiguó el triunfo de Nikolái Avilov quien ganó con una puntuación de 8454 unidades, un nuevo récord mundial. Como se acostumbra hacer con todos los ganadores del decatlón, el soviético fue nombrado el mejor atleta del mundo, título que desde entonces se convirtió en una obsesión para Jenner.

Cuatro años después regresó a la competencia en Montréal 1976, habiendo entrenado con el solo propósito de batir el récord de Avilov. Caytlin ahora reconoce que su motivación no era la medalla de oro, ni siquiera romper el récord por el récord mismo, sino demostrar qué tan hombre era. ¿Qué mejor competencia para hacerlo que el decatlón? Ya que esta prueba exige fuerza, velocidad y resistencia para completarla, en su mente eso era sinónimo de masculinidad. Anhelaba admiración por ser el  más fuerte y veloz, sí; pero, sobre todo, quería ganar para querer ser hombre. Detrás de su lógica, si el mundo entero lo aplaudía por ser quien pretendía ser, mágicamente él se aceptaría también. Quería querer ser ese hombre, ese personaje que se había construido ante los demás.

Luego de dos días de competencia, Bruce Jenner ganó el primer lugar del decatlón con un total de 8634 puntos, superando el récord de Avilov. En sus palabras, tan pronto como recibió su medalla se llenó de terror; estaba ahí, era el mejor atleta del mundo y aún así seguía siendo profundamente infeliz. ¿Cuánto dolor tuvo que haber sentido como para romper un récord mundial en su búsqueda de aprobación? Aún peor sería la desesperación de vivir bajo la fachada de héroe deportivo que él mismo creó, pues luego de su triunfo su vida se encontraba bajo el escrutinio público.

En la década de los 70,  marcó por teléfono de manera anónima a una asociación de apoyo a personas transgénero. Era la primera vez en toda su vida que platicaba de lo que sentía con otra persona. Luego de esa conversación con uno de los psicólogos de la fundación, tomó la decisión de comenzar su transición; sin embargo, poco tiempo después suspendió el tratamiento hormonal. La idea de enfrentarse al mundo con una nueva identidad lo aterraba. Tendrían que pasar más de dos décadas para que, finalmente, a los 65 años de edad y luego de dos divorcios iniciara su transición. En julio de 2015 posó para Vanity Fair como Caitlyn. Al final del documental comparte la que hasta el día de hoy sigue siendo su mayor preocupación, ¿la aceptará Dios después de lo que hizo? 

En pleno 2022 la comunidad trans sigue siendo blanco de discriminación y crímenes de odio. No solo han tenido que vivir la estigmatización de su condición a inicios del siglo pasado, la normalización de las terapias de electrochoques como tratamiento, la persecución por parte de la iglesia y la constante lucha por el reconocimiento de sus derechos, ahora también se enfrentan a la caricaturización de lo que la gente cree que significa ser transgénero. No importa la década, lo que subyace a la intolerancia siempre es la ignorancia. El mismo motor que llevó a una persona a romper un récord mundial, es el que lleva a otro millón a suicidarse. ¿De verdad queremos permanecer indiferentes ante tanto sufrimiento?



“Intersexes exist, in body as well as in mind. I have seen too many transsexual patients to let their picture and their suffering be obscured by uninformed albeit honest opposition. Furthermore, I felt that after fifty years in the practice of medicine, and in the evening of life, I need not be too concerned with a disapproval that touches much more on morals than on science.”


Harry Benjamin

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